Invasión sutil y otras cuentas

Este artículo fue publicado por primera vez en La Vanguardia el día 17 de febrero de 2018

Enésimo vídeo de la empresa de robótica Boston Dynamics donde nos muestra su futuro. Esta vez, el vídeo está protagonizado por un robot cuadrúpedo del tamaño de un perro mediano, que al ver que una puerta le cierra el paso, retrocede, llama un segundo robot que tiene un brazo con una pinza por cabeza, y se espera a que le abra la puerta para finalmente terminar pasando ambos. El detalle de que el segundo cuadrúpedo deje pasar al primero y que aguante la puerta con sumo cuidado mientras pasa él es lo que más impresiona; destila sensación de conciencia y de inteligencia colectiva muy inquietante. Como suele ocurrir con los vídeos que publica periódicamente Boston Dynamics se ha hecho viral, como también se han hecho virales las habituales reacciones de «estamos muertos».

Para saber si los robots nos quitarán el trabajo primero deberíamos saber qué es un robot. Son Word, Excel y PowerPoint robots?

En el vídeo -y de ahí su viraldad- subyacen los miedos atávicos de si un día las máquinas se rebelarán contra nosotros o nos quitaran el trabajo, miedos que aparte de dar argumentos a luditas del siglo XVIII (y los neo-luddites actuales) ha dado grandes argumentos literarios, cinematográficos y musicales: ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ de Philip K. Dick, ‘Terminator’ de James Cameron y ‘The Humans Are Dead’ de The Flight of the Conchords cuentan historias que estimulan nuestra imaginación y donde los buenos siempre son los humanos y los malos los robots. Pero imaginarse el futuro es comprar muchos números para que no suceda. Las ilustraciones futuristas de principios del siglo XX imaginaban un 2.000 lleno de rascacielos, con autopistas aéreas por donde circulaban dirigibles, las de los años 50 imaginaban Cadillacs voladores y las de los 80 un 2.000 lleno de monopatines de Regreso al Futuro. Cada generación imagina el futuro con la tecnología de su presente que será inexorablemente obsoleta en el futuro que intenta de imaginar.

La historia del futuro no va de humanos contra robots, sino de humanos y robots, y de cómo convivimos juntos. De cómo nos repartimos el trabajo, de quién hace qué y de qué significa ser robot y lo que significa ser humano. Nos imaginamos un futuro donde los robots serán como los bípedos de los vídeos de Boston Dynamics (o Terminators o Clones de Star Wars) y los humanos serán como nosotros, y probablemente nos equivoquemos en ambos casos. Entrar en un almacén de Amazon puede ayudarnos a imaginar ese futuro.

Un almacén de Amazon es aparentemente un almacén robotizado, como tantos, donde humanos y robots colaboran en el trabajo, como en tantos. Una mirada más atenta nos descubrirá que las tareas están muy especializadas: unos humanos recorren los pasillos de acuerdo con las indicaciones de su pantalla, cogiendo los productos de las estanterías y poniéndolas en la carretilla; otros cogen productos de la carretilla y los ponen en las estanterías, también de acuerdo con la pantalla; y los robots mueven estanterías arriba y abajo dependiendo de las órdenes que reciben. A priori parece claro quien son los humanos y quien los robots.

Quien coordina este perfecto ballet mecánico es un algoritmo que decide la manera más eficiente de almacenar los productos (que sorprendentemente es aleatoria), de recogerlos y de mover los robots, con el objetivo de que usted esté contento, esto es, minimizar las distancias de los recogedores y en consecuencia el tiempo de preparación de su pedido. Una mirada aún más atenta nos llevará a una paradoja. A los humanos se nos supone inteligencia; capacidad de aprender, de tomar decisiones basadas en experiencias anteriores y de actuar en consecuencia. Pero en la situación anterior, aunque los trabajadores humanos toman decisiones, quien toma las decisiones relevantes para el negocio de Amazon, quien aprende a cada pedido y quien actúa en consecuencia dando órdenes a los trabajadores -humanos y no- es un algoritmo, una inteligencia artificial. De repente la pregunta de quién es el humano y quién es el robot ya no parece tan obvia.

Personajes relevantes -que saben un poco de qué hablan- como Stephen Hawking, Elon Musk o Bill Gates han hecho recientemente advertencias públicas sobre los riesgos de la robotización y la inteligencia artificial. Bill Gates va más allá y dice que cualquier robot que nos quite el trabajo tendría que pagar impuestos para así desacelerar temporalmente la robotización y con estos impuestos ayudar a las personas desplazadas por la tecnología a adaptarse a la nueva realidad laboral. Pero esto plantea más preguntas de las que responde: ¿Qué porcentaje de desaceleración es el idóneo? ¿Cuánto tenemos que tasar? ¿Cuál es el momento de relajar las medidas impositivas? Y más importante, ¿qué es un robot? En el caso de Amazon hemos visto que la definición de robot es bastante difusa y puede depender más de la tarea realizada que de si el trabajador está basado en carbono o en silicio, pero aún puede complicarse más.

En la película El Apartamento del Billy Wilder, Jack Lemmon encarnaba un contable gris que pasaba el día en su mesa haciendo cuentas y rellenando formularios que una secretaria recogía y ponía en un carrito (de manera muy similar a los recogedores de Amazon). Como él, había decenas de contables distribuidos en filas y columnas en una oficina que no se acababa nunca. Hoy el trabajo que hacía el Jack Lemmon en el Apartamento, la hace una casilla de una hoja de cálculo. Una oficina entera de contables de 1960 es hoy una hoja de cálculo. Curiosamente fue Bill Gates con su Excel quien hizo que las hojas de cálculo llegaran a las masas dejando así sin trabajo a incontables contables. Podríamos decir lo mismo del Word y del PowerPoint en referencia a las secretarias de dirección de Mad Men. Si en 1990, cuando Microsoft lanzó Office, le hubieran preguntado a Bill Gates si se debía tasar para desacelerar su implantación seguramente habría respondido que no, que Office no era un robot, y seguramente también se equivocaba.

Este artículo fue publicado por primera vez en La Vanguardia el día 17 de febrero de 2018